martes, 3 de marzo de 2015

Sátira a un señor.

Señor, esta libre sátira presento
para aplicar sobre su cara
unos cuantos sucios versos.

En primer lugar, caballero,
hablaré de lo que nadie habla:
de su ánimo grosero,
de sus inútiles batallas,
de sus ¡ja! impotentes armas
y de su enfermizo cuerpo.
Está hecha de humo su barba
que, como dije, es de olor negro
por el hedor de sus vicios férreos
ascendiendo por su garganta.
Sería llamado dragón, señor,
si vergüenza no diera su talla.
¿Voy bien, amigo? ¿Se enfada?
Tranquilo, no se prenda fuego.

Pasaré al segundo punto, ¡en guardia!
Leyéndole aprendí que nada leo
al leer tantos vocablos prisioneros
de la ineptitud con la que atrapa
y tortura el concepto de lo bello.
Confunde la pluma con la espada
y con sus estocadas se desangran
los ojos que se atreven a leerlos;
se desangran tanto ellos como el alma.

Otro punto trataría, caballero,
pero es ya perder el tiempo
tratar de ilustrarle su ignorancia,
su no-ser, su bajeza y el esperpento
que supone el mirarle a la cara
y ver en ella, putrefacta, condensada
la misera que contiene un mundo muerto.

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